miércoles, julio 18, 2007

No tengo ni idea...

... de en que va a acabar todo esto.

viernes, junio 29, 2007

De una vez por todas

Odio el "Orgullo Gay". ¿Odio a los gays? Claro que no. Son dignos de todos los derechos porque son personas. No son enfermos, no son viciosos, son personas. Por eso me pregunto qué tienen que ver tíos gordos vestidos de cuero y con piercings en los pezones con ellos. Que esos tíos sean gays no significa que todos los gays sean así. Todos los perros son mamíferos, pero no todos los mamíferos son perros. Fácil, fácil. Y si a mí me dan asco esos, me dan asco por su exhibicionismo gratuito y su frivolidad, no por ser gays. ¿Por qué se empeñan tantos en demostrar que son normales de la forma menos normal posible? ¿Por qué no se dan cuenta que ganarían muchos adeptos presentándose a la sociedad como las personales normales que son en vez de vestidos de peli porno sado? ¿Por qué aunque tenga amigos y amigas gays habrá tanta gente que pensará que soy un intolerante por escribir esto? ¿Tan difícil es de entender que un tío con el culo al aire no representa a millones de gays que van cada día a trabajar con pantalones enteros? ¿Por qué me jode tanto que la gente, sobre todo los heterosexuales, lo promuevan como si fuera la segunda revolución francesa? En días como hoy (y mañana) me gustaría ser homosexual para llamarles mamarrachos sin que quedaran dudas sobre mí.

martes, junio 26, 2007

Hurt

Seems like it was yesterday when I saw your face...
(...)
There's nothing I wouldn't do
to hear your voice again

I'm definitely hurt, I won't never forget your voice...

lunes, junio 25, 2007

El cubo siniestro

Esta mañana, hace apenas unos minutos, venía en Metro a la universidad. En alguna estación que no recuerdo se ha subido una chica de 1'80, pelo largo, morena, y vestida de negro de los pies a la cabeza. Cuando me he fijado en ella, estaba sentada con un cubo de Rubik en las manos. Por un lado había conseguido dos filas azules y por el opuesto dos filas verdes. He pensado: "anda, qué gracioso, en vez de leer un best-seller se lleva un cubo de Rubik para entretenerse". Bueno, pues no creo que me haya dado tiempo a terminar la frase entera en la cabeza, porque en apenas unos segundos el cubo estaba terminado. A mí me ha entrado una risa nerviosa por la que casi me paso de parada. Sólo espero que Suresh la encuentre primero.

domingo, junio 24, 2007

Revolución

Ver llorar a una mujer hermosa, sobre todo si es a la que se ama, tiene un placer morboso que es tan deplorable como injustificable. El llanto es la sublimación de la fragilidad que adoramos, al tiempo que nos sentimos espectadores de algo tan único como el derrumbe de su admirada fortaleza. Mientras duren sus lágrimas somos faro para el barco, sombra para el labrador, playa para el náufrago. Sostenemos sus vaivenes con la calma que ha desaprendido, detenemos los vientos de su zozobra, reposamos su horizonte que ondulaba. Y poco a poco, pian piano, sólo quedan jirones, retales de las banderas enarboladas en el tumulto, casquillos amontonados y mangueras que arrinconan los deshechos.

Después el sol, el azul del cielo y el verde de los ojos.

jueves, junio 14, 2007

118 entradas, publicadas por última vez el 23-may-2007

Mayo, que en los nudillos acaba en montañita, tiene treinta y un días, así que llevo veintiún días sin escribir en el blog. Sobre la pregunta que os ha asaltado a la mayoría leyendo la anterior frase, os remito a esta página. No pienso mirar todas las entradas, pero probablemente haya sido la ocasión en que más tiempo he tardado en escribir. ¿Por qué hacerlo ahora? Realmente porque estoy en el depósito de la biblioteca más aburrido que una mona y no se me ocurría nada mejor que hacer.

Podría contar que no he escrito en estos días por algo realmente emocionante, como haberme fugado con una famosa, una extraña enfermedad o un viaje improvisado a la jungla. La verdad es que mis últimas semanas tienen pocas palabras sobre las que construirse: Heroes, Omertà, tesina, biblioteca y cansancio. Heroes es ese pedazo de serie que han estado poniendo en alguna cadena de televisión pero que merece la pena irla descargando para ver los capítulos a tu ritmo y sin ningún tipo de anuncio; ojo, es muy buena. Hablando con Rafa me vino una frase que no tenía preparada, pero que creo que es buena: "No pude ser un trekkie, pero Dios me ha dado una segunda oportunidad." Omertà es un juego de navegador basado en la mafia, esa palabra que no puedes pronunciar si quieres seguir dentro. Comienzas extorsionando puestos de salchichas y acabas dando un golpe a la reserva federal de oro junto a otros siete gangsters de alta alcurnia. Mientras, casinos, pequeños crímenes, carreras de coches, tráfico de drogas y quizá algún asesinato para escalar posiciones en la familia en la que has ingresado con la esperanza de convertirte en Don algún día... Ayer hubo guerra entre mi familia y nuestra gran rival y no nos fue nada bien. Mi personaje murió, y aunque me jode no haberme llevado a nadie por delante en mi caída, me alegro de que me hayan sacado de esa mierda de juego que es demasiado adictivo. No empecéis, es peor que fumar (supongo).

En fin, la moraleja de estos días es: podéis entregar una memoria del CAP a la que le falten partes, en la que insultéis al rey, descifréis el genoma humano o redactada en sueco medieval, pero nunca, nunca la entreguéis sin paginar, porque produciréis tal atasco en el cerebro de un funcionario que tendrá que pedirse tres moscosos y alargar sus descansos para sobreponerse del estrés. Dixi.

miércoles, mayo 23, 2007

Tres retratos

Cada mañana, cuando voy a la facultad o a la escuela de idiomas, al bajar el primer tramo de escaleras del Metro, ahí está él: el hombre del acordeón. De piel cetrina y pelo cano, desconfiado gesto caucásico y delgadez más propia de un corrosivo encono que de su más que probable mala alimentación. Toca el acordeón con la misma ilusión con la que un chófer de autobús recorre una y otra vez su línea regular. A veces parece que da pequeños saltos al son de la música, pero teniendo en cuenta que no ama lo que hace sonar, supongo que serán movimientos para desentumecer el cuerpo. Pero hay algo que caracteriza a este hombre por encima de todo: el volumen de su música es dolorosamente elevado. Apenas empiezas a bajar las escaleras, ya oyes su monótono sonido continuo; a medida que te acercas, los decibelios aumentan progresivamente y cuando pasas junto a él, tus auriculares nada pueden contra su bramido estridente. Lo peor es comprobar cómo tu mirada de odio golpea el muro impenetrable de su indolencia. Y día tras día nace en ti la desazón de tener que pasar inevitablemente por su lado, castigando aún más los oídos que ya maltrata la ciudad exterior.

Cada tarde, mientras vuelvo de la biblioteca, antes de subir el último tramo de escaleras del Metro, encuentro al mismo tipo. Sobre un teclado que reproduce bases de temas extremadamente conocidos pasea su inglés jamaicano con más alegría que acierto, y sonríe como si actuara para un estadio que corease su nombre. El optimismo le ha llevado a pegar un papel con su número de teléfono en caso de que alguien quiera contratarle. Se interrumpe a sí mismo una y otra vez para saludar a las decenas de amigos que ha hecho con el tiempo; cuando la melodía se lo impide, una mano muy abierta sobre el pecho es su gesto de agradecimiento. Todas las canciones suenan extrañas teñidas por su peculiar acento, todas menos una: "No woman, no cry", con la que me hace creer que podría consolar hasta a la inconsolable Magdalena de Pedro de Mena.

Cada noche, cuando vuelvo a casa de la facultad y la biblioteca, me cruzo en mi calle con la anciana mujer que vive en el bajo cuidando de un nieto ingobernable. Sus andares la delatan desde el extremo de la calle, su torpe y continuo vaivén la anuncian. Si llueve, un pañuelo atado alrededor de la cabeza me golpea y me aleja de repente cientos de kilómetros, creyendo que esa visión no puede darse junto a un edificio de más de una planta. En su mano derecha, el extremo de una correa que sujeta un perro pequeño, que podría maullar en vez de ladrar y nadie lo sabría, porque nunca se le ha escuchado emitir un sonido. Cuando paso junto a ellos, un "hola, buenas noches" es la frase con la que me saluda la mujer. Es un saludo que parece encerrar cierta empatía, pero noche tras noche se repite idéntico, sin la más mínima variación que me permita averiguar su estado de salud, la temperatura ambiente o mi aspecto más o menos desaliñado. Repetido durante meses ha dado lugar a una irritación que me haría erizar el lomo si fuera un gato. Chirriante, impersonal, lleno de hastío por la vida, vacío hasta exasperarme. Ahora, cada noche, cruzo la acera para evitar su saludo y su continuo vaivén.