lunes, mayo 23, 2005

Egoísmo, instintos y luciole

El llevar una semana sin escribir va a dejar de suponer una culpa para mí. Debo asumir que cambiar de blog también lleva implícito cambiar de hábitos. Digamos que tener por referencia blogs que se actualizan tres o cuatro veces por semana me condiciona un poco, pero debo superarlo. No es que no me apetezca escribir, es que a veces cuando me pongo me da la sensación de que estoy pervirtiendo mis propias vivencias al materializarlas. También es cierto que me desestabiliza el hecho de vivir al día tres o cuatro de esos momentos que antes, cuando sucedían semanalmente, bastaban para hacer un post entero. Así que cuando te juntas con tantas cosas que contar, sencillamente te colapsas y decides gozar egoístamente de todo lo que te aportan sin pasarlas por el filtro del análisis para poder exponerlas a los demás.

Ayer volví a competir. Y gané. No concibo la vida sin algunas competiciones. La confrontación, el hecho de afrontar un adversario y vencerlo tras haberte entregado por completo. Para los que arrastren prejuicios en este aspecto, lamentablemente hablo de fútbol. Pero el compañerismo que surge de relaciones personales básicas o inexistentes, la entrega, los momentos decisivos, los errores, los aciertos, los halagos, el liderazgo, el rival, la satisfacción y la celebración de la victoria son cosas que deben vivirse. Todo deporte es una reproducción lúdica de la guerra, que es la extrema expresión de la confrontación entre seres humanos. Y aunque obvia y afortunadamente no he vivido ninguna guerra en primera persona, he estudiado algo de Historia, suficiente para ser capaz de trasponer las situaciones que se crean en estos juegos con hechos conocidos e identificar modos de actuar de ciertas personas en ciertos momentos con otras personas en otros momentos. Cuando no se entiende por qué ese general tomó esa decisión que parecía tan absurda es, sobre todo, porque somos incapaces de ponernos en su piel, en parte porque hemos perdido ese espíritu de lucha. Que hayamos descubierto que las guerras no pueden ser el medio para resolver problemas irresolubles entre los hombres no tiene que hacer desaparecer las otras formas de lucha, ni envilecer el instinto animal de la competencia. Ser racionales no debe significar hacer desaparecer nuestra parte animal, sino saber canalizarla por el camino apropiado.

Hoy, a los veintidós años he visto mi primera luciérnaga, aunque debería decir luciola, que es como se dice en italiano. Es una palabra que he aprendido con una imagen en italiano, hasta hoy para mí no era más que un concepto abstracto, “un insecto que luce”. Así que esa lucecita que volaba intermitente junto a los arbustos y que buscaba una pareja a quien iluminar la vida en mi cabeza se llama luciola.

1 Comentarios:

At 2:50 a. m., Blogger Jorge dijo...

Y lucertola significa lagartija, pero de esas ya habrás visto. Mi familia vive en Castelfranco di Sotto, que es un pueblo más o menos cercano a Firenze.

Si te cruzas con ellos, no intentes contratarlos.

 

Publicar un comentario

<< Home