domingo, junio 24, 2007

Revolución

Ver llorar a una mujer hermosa, sobre todo si es a la que se ama, tiene un placer morboso que es tan deplorable como injustificable. El llanto es la sublimación de la fragilidad que adoramos, al tiempo que nos sentimos espectadores de algo tan único como el derrumbe de su admirada fortaleza. Mientras duren sus lágrimas somos faro para el barco, sombra para el labrador, playa para el náufrago. Sostenemos sus vaivenes con la calma que ha desaprendido, detenemos los vientos de su zozobra, reposamos su horizonte que ondulaba. Y poco a poco, pian piano, sólo quedan jirones, retales de las banderas enarboladas en el tumulto, casquillos amontonados y mangueras que arrinconan los deshechos.

Después el sol, el azul del cielo y el verde de los ojos.

1 Comentarios:

At 12:10 a. m., Anonymous Anónimo dijo...

qué bonito...

 

Publicar un comentario

<< Home