domingo, junio 19, 2005

Un aleph

Por esta vez me siento más en la obligación de hacer una crónica relativamente detallada de estos días que escribir unas pocas frases largas y cargadas. El jueves 16 de junio pasará a la Historia como uno de los días más felices de toda mi vida por una larguísima serie de cosas. Desde las tres y media de la tarde más o menos estuve trabajando para la Luminara, una de las fiestas típicas de Pisa. A lo largo de todo el Arno se colocan decenas de miles de velas por todas las casas y puentes, incluso en el río, dibujando los perfiles y creando algunos motivos decorativos. Yo estuve en el Cortile della Sapienza, que hoy lo ocupa la facultad de Derecho. Por seis horas estuvimos abriendo tapones, encendiendo velas, metiéndolas en vasos y colocándolas en los alambres de las maderas. Hice un cálculo aproximado y creo que sólo en la parte que hicimos nosotros había más de dos mil quinientas velas. Ha sido una de las mejores experiencias de la Erasmus, participar en una fiesta tan típica de aquí, sobre todo porque tuve el honor de hacer una parte del trabajo más bonito, que es el ir colocando cada vela en su sitio. Una vez más vino a mí la absurda comparación con Madrid y lo integrado que estoy en cada ciudad. Cuando terminamos, después de seis horas, bajé hasta el río cuando ya había casi anochecido. Me quedé casi sin respiración, como ahora cuando lo escribo al recordar el espectáculo tan bonito de toda una ciudad decorada con pequeñas luces vivas. Es algo sobrecogedor, una fiesta tan sencilla como bonita. A veces parece tan fácil hacer cosas bonitas... Tan fácil como encender velas y esperar a que anochezca... Demuestra que si no hay más belleza en nuestras vidas es porque estamos demasiado alienados para pararnos a pensar en crearla.

Después vinieron los fuegos artificiales, que por muy convencionales que sean, siempre tienen algo de mágico. Son una de las expresiones más gráficas de la alegría: algo que explota lleno de luces de colores. Y luego llegó la fiesta, en Piazza dei Cavalieri, donde podía ser si no. No había visto nunca tanta gente en esa plaza y es entonces cuando recuerdas por qué las ciudades tienen sitios tan amplios, que no están sólo para hacer bonito, sino porque valen para reunirse. En lo personal la fiesta estuvo marcada por la frase “Qué cariño te he cogido, qué poco te aguantaba al principio, pero cómo te quiero ahora”. En este fin de semana ya son cuatro las personas que me lo han dicho, aunque, por otro lado, ya lo sabía. Como no podía ser de otra manera, vimos amanecer; en el río, algunos con los últimos coletazos de la borrachera, otros más serenos, otros directamente melancólicos. Y con dos cruasanes de crema en el estómago y absolutamente destrozado, me fui a dormir.

Ayer viernes el día prometía pasar desapercibido, pero dos hechos lo sacaron de las previsiones. El primero, el lumbago de una de las componentes del clan y que sirvió para ver con qué facilidad (y orgullo) se activa la maquinaria de la cooperación en casos de necesidad. El segundo y, egoístamente, más importante es el hecho de que mi cumpleaños se adelantara un mes y doce días en forma de regalo: una preciosa guitarra traída de Nápoles de parte de todos mis amigos. Ayer me quedé sin palabras y hoy todavía no lo he digerido mucho aunque me gire casi a cada palabra que escribo para verla. Prometo aprenderme más canciones, en serio.

Y hoy tampoco parecía nada del otro mundo hasta que ha comenzado una de esas interminables cenas calabresas donde hay antipasti, tres primeros platos de pasta, dos segundos, guarnición y dos postres. Hace un rato no podía ni bostezar porque me dolía. Ahora puedo hasta sentarme y levantarme. Mañana, repasar el examen del lunes y carrera de Alonso. Pasado, una de las semanas de exámenes más difíciles que haya tenido nunca.

Todavía no sé muy bien por qué he elegido esta manera un tanto aséptica de contar las cosas. Será porque detallar cada sentimiento tan grande que he tenido a lo largo de estos días sería no sólo aburrido para el que lo lea sino casi envilecerlos porque acabarían perdiendo matices para quedarse sencillamente en un “qué bonito fue”.Y como no quiero que este post acabe con un tiempo pasado, hago llamamiento a los que lo han vivido conmigo para que dejen un comentario. Sé que lo harán.

4 Comentarios:

At 7:05 p. m., Anonymous Anónimo dijo...

De aséptica nada, amiguito, que el post está lleno de magia... Besitos tato!

 
At 12:22 a. m., Blogger Fer dijo...

Me encanta la combinación "el usuario anónimo" con "Besitos, tato!" Es como "Oro parece, PLATA NO es"...

 
At 12:07 p. m., Blogger Nieves dijo...

¡¡Yo quiero que me enseñes todo eso con o sin velas!!

Quiero verte yaaaa...!

 
At 3:49 p. m., Anonymous Anónimo dijo...

dandome por aludida en el primer parrafo de tu escrito, te dire que si que he aprendido a querete cada dia mas te lo vuelvo a aconfirmar(creo que rectificar es de sabios.Gracias por tanto de esa noche (principalmente por abrazarme en los fuegos artificiales, reirte a mi costa por mi mancha de cera y por llevarme acasa que se que peso lo mio)un besazo te veo ahora en la mesa.
anna

 

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