sábado, abril 28, 2007

Synfagia

Los viernes son conocidos popularmente por ser el día en que se sale. "¡Al fin es viernes!", piensan muchos después del jueves. La gente se prepara, se ponen guapos y salen a los bares y discotecas con intención de tomarse un copazo, bailotear un rato, morrearse con lo primero que encuentren para desfogar la primavera incipiente o, simplemente, salir con los amigos a verse las caras...

Nosotros, que tenemos de revolucionarios lo que Gentile da Fabriano (es decir, nada), solemos congregarnos los viernes normalmente para la última versión, la de no hacer nada especial, pero vernos y decir cien mil tonterías para reírnos. Sin embargo, hay una magnífica variante de este tipo de encuentros que manejamos con soltura, alegría y que nos reporta la mayor de las felicidades terrenas: comer juntos. Nada puede hacernos más felices que sentarnos todos a una mesa a comer bien. Todo son miradas de tranquilidad, de felicidad, de compañerismo; se intercalan las risas con los afanados silencios de huesos y cáscaras. Anoche tocó el Mesón, pero son recientes la "jabugada" en casa de Juan y el pollo freestyle de El Provencio. Y echando la vista atrás uno puede ir, como si del juego de la oca se tratase, de comilona en comilona recorriendo los años que llevamos juntos.

Gracias a todos por hacerme compartir momentos tan felices sentado a la mesa.

lunes, abril 16, 2007

Por los viejos tiempos

martes, abril 10, 2007

Casi

Entraba yo en el Metro en Príncipe Pío, en la línea 10 camino de Cuatro Vientos, cuando una mano se ha apoyado en mi hombro derecho y un cuerpo me empujaba un poco hacia dentro con el tono (si los gestos lo tuvieran) de "haz sitio, que cabemos". Sorprendido por lo familiar del gesto me he girado pensando que fuera alguno de los amigos con los que había quedado que se hubieran retrasado por alguna razón. Pero no, tan sólo un rostro desconocido, de origen magrebí, uno de tantos inmigrantes que viajan al sur de Madrid. De repente, lucecita. Mirada atrás. Descubro a su lado a un chico más joven que yo, que parecía el hijo del primero. Gestos entre ellos para abandonar el vagón, quién sabe si para esperar un tren más vacío o para tomar otra dirección. Mi mano a mi bolsillo izquierdo y, efectivamente, falta mi cartera. "Mi cartera", le digo al más joven. "Mi cartera", le repito sin darle tiempo a responder, si es que pretendía hacerlo. Al momento, el más mayor me señala el suelo a mi derecha donde habían tirado mi cartera. La recojo y tiene todo, incluídos los 60 euros que accidentalmente llevaba hoy. Los dos individuos abandonan el vagón en dirección al tren de la línea 6 que acababa de llegar.

¿Debo sentirme orgulloso por haberme convertido en un ciudadano astuto? ¿Por acusar sin ninguna prueba real a un chico inmigrante de haberme robado la cartera? Que haya tenido razón y haya podido recuperar el dinero y mis documentos no rebaja mi tristeza, es sólo el mínimo consuelo. No sólo he vivido algo desagradable, sino que he salido airoso de ello por desconfiado, por pensar mal de los demás, por envalontonarme por una corazonada, por ser un ciudadano apto para el siglo XXI. Casi hubiera preferido perder el dinero, la mitad del naipe que comparto con Dana, mis documentos oficiales, mi cartela de yogures de "fragola" de la mensa de Pisa y la foto de mi hermana a cambio de mantener la inocencia, a cambio de sentirme aún un inadaptado en este mundo de locos. Homo lupus homini.

Sólo Sabina (sí, ese de Pongamos que hablo de Madrid) ha conseguido devolverme un poco la sonrisa con su "huraño como un dandy con lamparones".

domingo, abril 01, 2007

Los Jones


¡¡Junior!!


¡¡Padre!!