lunes, julio 24, 2006

De Carminis verbis

Ella se sienta, mantiene una conversación con una conterranea suya, toca algunas canciones y se marcha, habiendo dejado entre unas cosas y otras palabras de tan alto valor que bien podrían aglomerarse en un tratado en latín bajo un título similar a De contemporaneis.

Su interlocutora le habla de la universalidad de sus textos mientras ella realiza una defensa del lenguaje tan visceral y racional como la que hicieron los grandes humanistas del siglo XV. Al principio fue el verbo (Erasmo tradujo "discurso" del griego "logos"), dice. Y continúa explicando cómo se está simplificando el lenguaje día a día, cómo eso acaba redundando en que nuestra visión de las cosas es cada vez más burda, unilateral y pobre, cómo nuestra capacidad de conocimiento crítico mengua a medida que mengua el número de palabras que somos capaces de usar con propiedad; cómo olvidamos la historia, incluso la más reciente; cómo permitimos, indolentes, guerras que pierden su única excusa apenas un mes después de comenzadas. Ella, Valla reencarnado, protesta ante canciones cuyas letras se memorizan a la primera.

Por todo esto es capaz de inteligir y desarrollar un concepto nuevo que le presentan: l'isolitudine (palabra formada por isola, isla, y solitudine, soledad). Nacer en una isla conlleva a la vez condena y privilegio: convierte a sus habitantes en pequeños Odiseos que sienten en su interior el deseo y la necesidad del viaje, al tiempo que convierte a la propia isla de la que parten en Penélope, mujer amada a la que hay que volver para que el viaje concluya y no sea un mero vagar.

Renazcamos por segunda vez de la oscuridad, no olvidemos quiénes somos, qué hemos sido y pensemos qué estamos siendo. Aprovechemos estos intelectos absolutos y universales para mantener a flote la conciencia humana, revelémonos contra toda simplificación mezquina y criminal, perdamos el miedo a la corrección porque en ella está el discernimiento. Abandonemos la comodidad de lo impreciso, volvamos a crecer.

viernes, julio 21, 2006

En el bus (revisited)

Qué de reflexiones puede tener una persona subido en un autobús... Hace unos años, cuando empecé la carrera, aprovechaba todo el trayecto para leer cualquier cosa relacionada con la carrera. Con el paso del tiempo, decidí leer sólo si conseguía sentarme, supongo que en parte porque algunos de esos libros eran suficientemente voluminosos para hacer difícil manejarlos de pie. Después llegó la época en la que comencé a extender mis horas de madrugada, por lo que leer a primera hora, por muy sentado que fuera, se hacía verdaderamente complicado. Desde hace un tiempo tengo un reproductor de mp3, que es la excusa perfecta en cuanto no estás realmente decidido a leer. Y mientras pasaban todas estas cosas insignificantes yo me dedicaba cada vez más a observar a la gente, a bordear y traspasar a veces la línea de lo indiscreto, a buscar sus nombres en sus abonos, a ver qué leían, qué periódicos llevaban, a experimentar todos mis prejuicios para entenderlos mejor, a inventar vidas a partir de una llamada, a recorrer sus rasgos y relacionarlos con los miles que han pasado por mi vida, a conocer sus manos, su ropa, su calzado...

Supongo que habría sido mejor leer a los grandes clásicos antes de hacer todo esto, pero por otro lado tengo la sensación de no haber perdido el tiempo del todo.

lunes, julio 10, 2006

Ilusiones rentables

Hace un mes y medio mi amigo Juan y yo hicimos una apuesta por internet: Miami ganaría la final de la NBA a Dallas e Italia sería campeona del mundo en Alemania. Para los poco familiarizados con el deporte, diré que ambas cosas han sucedido. Con cinco euros hemos ganado ciento seis. Ha sido un tiempo fascinante, lleno de frases leídas y escuchadas que hoy se demuestran tan falaces como prepotentes, tan erróneas como incrédulas.

Primero fue Miami quien desafió las leyes de la estadística. Al mejor de siete partidos, perdió los dos primeros, haciendo temer lo peor: en el 73% de los casos, quien ganaba el primer partido de la final, ganaba el campeonato. A Dallas le bastaba sumar una victoria fuera de casa para tener dos oportunidades de nuevo frente a su público. Miami parecía perdida, no se encontraba cómoda en la pista. El primer partido en casa lo ganó de un punto, confirmando todas las dudas. El segundo lo ganó más cómodamente, el tercero volvió a imponerse por tan sólo un punto, con dos tiros libres de Wade con el tiempo casi cumplido. No hubo séptimo partido: Miami ganó en Dallas y el 50% de la apuesta ya estaba conseguido.

Luego llegó el Mundial, donde opinar es gratis y las calles se llenan de alcachofas que preguntan a discreción un campeón. "Brasil, España, Alemania..." fue lo más oído al inicio. Los "arriesgados" apostaban (verbalmente) por Brasil, los "locos" por Alemania, que jugaba en casa, los fanáticos periodistas por España, dando unos argumentos que ni siquiera por mofa merecen ser citados. Comenzó el Mundial y lo esperado: "qué suerte tienen los italianos, no juegan a nada", y demás comentarios que en nuestras cabezas entraban bajo el mismo soniquete de "blablabla...". Mientras tanto, decenas de señales nos hablaban de que íbamos por el camino correcto. La más clara de todas: Italia debutó en el partido Italia - Ghana, que se acabó demostrando algo más que un gracioso juego de palabras. Terminó la primera fase y el panorama que se ofrecía era esperanzador: Australia en octavos de final y Ucrania o Suiza en cuartos. Las semifinales parecían al alcance de la mano. Contra Australia sufrimos, porque jugamos casi toda la segunda parte con uno menos por una injusta expulsión. Pero llegó el minuto 90, ese que diferencia los campeones de los guiñapos, y Grosso se sacó un penalti de la manga que por muchas veces que veo repetido sabiendo que se tira, me sigue pareciendo penalti. La magia italiana comenzaba a aparecer. Después vino Ucrania, rival cómodo que nunca llegó a inquietarnos. Mientras, la "favorita" España perdía contra Francia (primeros momentos de cordura), que de repente eran claros aspirantes al título. El caso es que Italia se había plantado en semifinales sin que ninguno de los "expertos" analistas le hubiera hecho mucho caso. El siguiente partido era contra Alemania, anfitriona que debía jugar la final por estar ante su público, el arbitraje, etc... Se sufrió, pero en el minuto 119 de partido, ese que diferencia los campeones de los guiñapos (esta frase ya me suena), Italia se adelantó y en el 120 redondeó la tarea: estábamos en la final. Pero por la otra rama del campeonato venía Francia, que por haber ganado a España, a la peor Brasil que se recuerda y a Portugal de penalti era favorita para la prensa, sobre todo para la madridista, que una vez más, se hacía portavoz de la humanidad diciendo que el mundo entero quería ver a Zidane levantar la copa. Y así llegamos a ayer, con un dato que rondaba en mi cabeza desde hacía unos diez días: Italia juega finales del Mundial cada doce años y las gana y pierde sucesivamente. Perdió la final de 1970, ganó en España '82, perdió en 1994 y en 2006... tocaba ganar.

No voy a contar todo lo que sufrí ayer durante el partido, porque si no hablé desde que comenzó la segunda parte es porque no tenía absolutamente nada que decir. Sólo recordar que el partido se fue a la prórroga, de ahí a los penaltis y que en ellos Italia ganó, dándonos a Juan a mí la razón y cien eurazos que nos han llevado hoy a comer en el Tony Roma's.

Menudo mes de emociones... Aunque algunos no lo crean, el dinero de la apuesta ha sido lo de menos. Han valido mucho más todos esos días en los que nuestra fe se fortalecía, cuando poco a poco veíamos más cerca el sueño, el deseo cumplido, la soberbia vencida. Italia, el país que Juan y yo veneramos... No era sólo una cuestión de afectos, tampoco sólo de fútbol: ha sido la perfecta conjunción de conocimiento y pasión, algo así como uno de los grandes frescos de Raffaello que disfrutan por igual matemáticos y poetas. Ni qué decir tiene que estar en esto junto a uno de mis mejores amigos lo ha hecho verdaderamente especial.

Juan, tú y yo lo sabíamos...

sábado, julio 08, 2006

Faremmo gli occhiali così

Otro día más sin nada que escribir... Se supone que estoy abriendo las puertas de la madurez de mi vida y no tengo nada que decir... Cuando una considerable estabilidad emocional parece poner fin a la intranquila adolescencia (voy camino de los veinticuatro, que a nadie se le olvide el dato) las cosas que suceden en mi vida son tan previsibles que no merecen comentario, o tan insólitas que se convierten en inexplicables. Vivo una rutina dinámica, donde las cosas pueden repetirse o no, a diario o mensualmente, y con las suficientes novedades como para hacerla mucho más que llevadera. Es una época egoísta de mi vida, lo sé, y pido perdón a medias por ello; me duele dejarme gente por el camino, pero antes de poner en mi boca palabras como "hipoteca", "préstamo" o "alquiler" necesito dar bandazos, probar, buscar, abrirme y tratar de sentir las cosas como verdaderamente excepcionales. Italia sigue en mi cabeza: es probablemente el punto de inestabilidad e inconformismo que necesito para no teñir de plomizo gris mis pasiones de colores. Exprimo frases de canciones buscando en ellas verdades que no están en los clásicos, me reafirmo en mis rarezas y desconfío de mis rasgos más comunes. No hay día que no reciba un guiño de alguien que ve, o ha visto, el mundo con mis mismos ojos; en ocasiones las señales son tan grandes que me dan el ánimo que se me había ido cayendo desde la última. Y entonces vuelvo a sonreir y a ver y sentir que todo tiene sentido y que hay cosas que nunca podrán salir mal.